Una mujer sentada a un lado,
seca, solitaria, hija sin hijos,
huérfana bajo un páramo, mueve
el cabello indócil contra el viento: lo gira,
infatigable en el revuelo,
inequívoco, su perfume se dispersa, jala,
tira poco a poco y el olor de duros terrores
que la tierra afloja, despertando otros olores
retoños de un tiempo
al fondo ido de la memoria,
sonido en vuelo, en ese giro lento
de cosas secas, de algún adiós
entre las páginas, donde el tiempo es todavía
una señal a un lado, en una sombra
que va muriendo lentamente
en una hora mutilada
de la mujer sin. |